las comunidades de deportistas de raza negra a través del deporte y la cultura.
1.1. La función social en los procesos de consumo
La línea de investigación sociológica más clásica ha focalizado sobre el carácter simbólico
que subyace en el proceso de consumo, a partir del cual, se puede explicar el carácter
estructurado que presenta este fenómeno en las sociedades modernas. Ha sido el
enfoque sociológico más contemporáneo, el que ha acentuado el impacto que genera el
significado cultural de las prácticas de consumo en los procesos de construcción de
identidad social e individual de las audiencias (López de Ayala, 2004). Esta afirmación
implica dos perspectivas diferentes: primero, el concepto de consumo trasciende más
allá de la función utilitaria expresada por la economía clásica. Y segundo, se reconoce
bajo este contexto, el intercambio discursivo y simbólico que se produce entre los
diferentes sujetos sociales.
En relación con una interacción simbólica entre corporaciones y público, Holbrook (2001)
postula que los sujetos sociales interactúan bajo ideas, imágenes y símbolos para
reconfigurar proyectos de identidad individual o social. Utilizan esta interacción social
para difundir contextos socioculturales específicos. Así, el consumo posmoderno y sus
procesos de comunicación pasan a ser una actividad que trasciende el intercambio de
valor comercial. Este significado simbólico que se transfiere a través de la interacción
entre los agentes sociales adquiere una nueva función social que va en dos direcciones:
hacia el exterior, construyendo un mundo cultural determinado. Y hacia el interior,
contribuyendo a la construcción del concepto individual de autoidentidad (Elliott, 1998).
Para profundizar en esta perspectiva simbólica que caracteriza la interacción
comunicativa entre los sujetos, nos apoyamos en el enfoque estructuralista que defiende
el análisis de las estructuras ocultas que sustentan la acción y las manifestaciones
sociales. Es por ello por lo que el uso de la semiología se convierte en imprescindible
para evidenciar esas estructuras que rigen los sistemas de signos y comunicación.
Partiendo de estos enfoques, los estructuralistas conciben el proceso de comunicación
como una práctica social a partir de la cual los sujetos sociales se expresan y comunican
bajo parámetros simbólicos. Para Baudillard (1976), máximo exponente de este enfoque
intelectual, el consumo de signos ha sustituido a la necesidad en las sociedades
modernas. La utilidad práctica de los objetos de consumo y la interacción con las
corporaciones ha evolucionado hacia un intercambio inmaterial y discursivo que adquiere
un carácter social y cultural.
Este enfoque resulta imprescindible para entender el rol que juegan los campos
simbólicos en los procesos de comunicación entre corporaciones y públicos. Si nos
apoyamos en la perspectiva que nos ofrece López de Ayala (2004), podríamos postular
el uso de un sistema de signos dotados de significación social por parte de las marcas y
corporaciones. En esta línea, la comunicación publicitaria o corporativa se desvincula del
valor uso, y el proceso de consumo pasa a ser concebido como un mundo de
representaciones y de signos culturales. Desde este momento, el consumo y las
comunicaciones que se producen en torno a este fenómeno, ejercen una función social
que trasciende los objetivos económicos de las compañías. El autor Bocock lo expresa en
los siguientes términos: “en el mundo posmoderno el consumo sirve para establecer el