requisito general sobre el que estos tres autores llaman la atención es la emoción. Los
líderes eficaces son emocionalmente convincentes y conectan con los miembros de su
grupo a un nivel más cercano y personal, lo que se traduce en un cambio en sus acciones
y en la generación de compromiso (Greenleaf, 1998).
A esto queremos añadir que el liderazgo requiere valores para respetar la integridad de
su función, para alcanzar las metas a las que el grupo está llamado. Determinar los
valores que deben asociarse en paralelo a los líderes requiere ser específico. En ciertos
casos, los valores podrían incluso pasarse por alto. No obstante, una de las principales
razones que explican esta necesidad es la condición obligatoria que se deriva de los
propios miembros del grupo. Para el objeto de estudio de esta investigación, la Iglesia
católica española y portuguesa, esta idea es clara: los valores de fe que se comparten
dentro de esta comunidad religiosa son fundamentales para cualquier líder eficaz. Estos
valores pueden luego combinarse con las emociones a la hora de liderar.
Además de esto, y permaneciendo en el campo de la Iglesia Católica, es útil analizar otra
concepción del liderazgo. El “Liderazgo de Servicio” de Robert Greenleaf es una teoría
popular en las organizaciones que, además, se puede aplicar al ámbito de esta
investigación, dentro del contexto de la fe y la religión. El liderazgo de servicio se explica
en el contexto de dos roles, a menudo considerados antitéticos en nuestra cultura: el
servidor que, al actuar con integridad y ánimo genera confianza, eleva a las personas y
las ayuda a crecer, y el líder en quien se confía y que moldea los destinos de otros yendo
por delante para mostrar el camino (1970). El énfasis se pone en la combinación de estos
dos roles, en la unión que crea un entorno de confianza y compromiso y que a la vez
proporciona las orientaciones adecuadas para lograr los objetivos.
A fin de cuentas, el liderazgo se ocupa de la dirección, la interacción, el comportamiento
y las metas a una escala más amplia y con emociones y valores que son específicos para
casos particulares. Esta práctica de liderar también puede combinarse con la de servir,
si las circunstancias lo requieren, para ser más eficaz en el logro de los objetivos.
Finalmente, en lo que a la descripción se refiere, el liderazgo no puede considerarse sin
ser asociado a los principios sustanciales de la autoridad. La condición de liderazgo
implica la posición de superioridad en la que una institución u organización establece una
hegemonía, dentro de su dominio, sector o producto (Díez, Soukup, Micó, Zsupan-
Jerome, 2017). Esta superioridad se da en el poder de dirigir, que al mismo tiempo es
un elemento fundamental para el liderazgo.
En el caso de la Iglesia Católica, Paul A. Soukup SJ refiere la idea de "autoridad blanda"
al explicar que la autoridad en estos grupos puede depender más del carisma personal,
las competencias profesionales, el conocimiento individual, las prácticas del ministerio,
el ejemplo personal y todo aquello que se engloba en la categoría de autoridad blanda
(2017). Añade que la autoridad no solo depende de quien tiene una posición de autoridad,
sino de quien tiene voz, de las maneras en las se elaboran los mensajes, las formas en
las que esos mensajes encajan en el ecosistema, la frecuencia de los mensajes y la
comunicación horizontal, es decir, las formas en que las personas se relacionan con
quienes las rodean, independientemente de cómo interactúan con quienes se encuentran
en niveles superiores de la organización (Soukup, 2017). En este sentido, la idea de un
poder directivo, sea este autoridad, autoridad blanda o liderazgo, debe ir acompañado
de un conjunto de técnicas que definan la eficacia del líder.