(2009), ponen más énfasis en las consecuencias de la transferencia del mando a Raúl
Castro, los impactos de un discurso más pragmático, las reformas económicas
emprendidas, y en los cambios del escenario hemisférico e internacional. Drouhaud
(2016) y Terranova (2015), le otorgan más peso a las dimensiones de la política exterior
de la Isla y sus alianzas con potencias emergentes como China y Rusia.
3. UE y las percepciones, cálculos y estrategias fallidas: los problemas de
agencia
Esta aproximación empírica al fenómeno de la PCC, identificó dos cuestiones que
contribuyeron a desplazar la asimetría en favor de Cuba y sus preferencias, en particular
aquellas asociadas a la preservación de sus atributos soberanos, al debilitamiento de la
línea injerencista contenida en la estrategia europea, y el mantenimiento de los canales
de influencia ante las instituciones y gobiernos europeos: el papel de agencia (Druckman,
2008; Jensen & Meckling, 1976; Banks, 1995; Watts & Zimmerman, 1983) de la
Comisión Europea, de un lado, y la credibilidad de sus promesas de recompensas y
castigos (Schelling, 1964).
La CE tenía ante sí un complejo papel de agencia que jugar, al tener que llevar a cabo
los mandatos formales conferidos por las decisiones tomadas en el seno del Consejo de
Ministros, el Parlamento y lidiar con las demandas, exigencias y presiones de algunos
Estados miembros que aunque eran parte de los acuerdos del Consejo, en el plano de
sus respectivas diplomacias, orientaban más su acción hacia la defensa y promoción de
sus intereses nacionales que a las necesidades de la política supranacional. Lo anterior
coincide con la apreciación de Gartius (2005), quien considera que en la UE – la Comisión,
el Parlamento Europeo y los 25 Estados miembros – no hay una política sino una gran
diversidad de políticas hacia Cuba, que va desde el compromiso incondicional al
distanciamiento político y económico (6).
Después de la adopción de la PCC, España, paradójicamente, fue el primer país que
incumplió su letra, al mantener la cooperación bilateral en diversos ámbitos, consolidarse
como proveedor de bienes, convertirse en el segundo inversor en la economía de la Isla,
y admitir la participación del presidente Fidel Castro, en las Cumbres Iberoamericanas,
cuya novena edición tuvo lugar en La Habana. Asimismo, se identifica un grupo de países
como Francia, Bélgica y Portugal, favorables al compromiso, que demuestran la
prevalencia de los intereses nacionales sobre la estrategia supranacional (Gratius, 2005:
6). Cabe señalar que no todos los Estados miembros acataron las sanciones al pie de la
letra. La representación diplomática de Bélgica en La Habana, por ejemplo, utilizó
fórmulas que le permitieron, sin incumplir de manera radical el compromiso europeo,
hacer visible que su legación estaba acreditada ante el gobierno cubano, cuyos
funcionarios seguían siendo recibidos en sus actividades oficiales. Esto tuvo su
compensación en que la cooperación con Bélgica no fue suspendida (Perera, 2017 :51).
Desde Francia se percibía la insatisfacción por los nulos resultados de la PCC y los
obstáculos que imponía a la consecución de los objetivos nacionales. El presidente
Jacques Chirac apuntó que la iniciativa bloqueaba el “inmenso potencial de las relaciones
entre los dos países” (Chirac, 2005). De su lado, el diputado y presidente del Grupo de
Amistad Parlamentaria Francia-Cuba, Alfred Almont declaraba su intención de comunicar
al jefe de Estado galo su idea de “proponer la derogación de la Posición Común hacia
Cuba” (Almont, 2005). Asimismo, el presidente del grupo empresarial Pernod Ricard,