Estados Unidos no dieron espacio para mayores contactos con otros países -salvo la
aproximación a Brasil en el aspecto económico-comercial- (Cervo, 2000; Russell y
Tokatlian, 2011). Como plantean Russell y Tokatlian (2011, pp. 289-290) “nunca se trató
de relaciones equivalentes por más que el discurso oficial así las presentara; la alianza
con Estados Unidos tenía un carácter político-estratégico mientras que el vínculo con
Brasil fue pensado económicamente necesario pero políticamente inconveniente”.
De este modo, esta segunda percepción se fundamenta en la consolidación de los
modelos trazados por los poderes ejecutivos en ambos países a partir del 2003 y en un
esfuerzo del gobierno brasileño de ejercer tanto de mediador como de “socio benefactor”
de la región. En este sentido, divorciaremos la alianza estratégica, que implica una
relación exclusivamente bilateral, de la asociación solidaria la cual está caracterizada por
acciones unilaterales brasileñas o multilaterales lideradas por Brasil.
Con respecto a la alianza estratégica, fue a partir de los gobiernos de Néstor Kirchner y
Lula da Silva que esta amistad bilateral comenzó a estrecharse, independientemente del
acercamiento en las relaciones a partir de mediados de la década del ochenta y de la
implementación del MERCOSUR en la década del noventa (Lessa, 2010; Gomes Saraiva
y Briceño Ruiz, 2009; Pereyra Doval, 2014). Si bien el concepto de alianza estratégica
es algo vago y generalizado, entendemos por la misma a “(…) un tipo de relación
interestatal que por diversos motivos y factores, se distingue en cuanto a consideración
e importancia del resto de las relaciones bilaterales que componen el universo
diplomático de un país” (Cortés & Creus, 2009, p. 120). Es decir, la relación bilateral
establecida o anunciada por Néstor Kirchner a comienzos del nuevo milenio otorgaría
mayor importancia a Brasil que a cualquier otro país como socio privilegiado.
Es un dato significativo que parte de la campaña para el ballotage de las elecciones
presidenciales del 2003 haya sido la reunión entre Kirchner y Lula en el Planalto, en
donde ambos volvieron a ratificar su posición favorable al proceso de integración y a la
relación bilateral. Al mismo tiempo, el presidente brasileño reforzó este gesto de recibir
a un ‘candidato’ a través de indirectas futbolísticas que marcaban su oposición al
entonces contrincante de Kirchner, el neoliberal Carlos Menem.
En cierta forma, el encuentro mostraba que Kirchner iba a seguir la misma dirección que
estaba siguiendo Lula en Brasil. Esto era para la población muy importante ya que, en
general, según las encuestas del CARI se consideraba que Argentina había perdido
presencia internacional, mientras que Brasil se consideraba el país latinoamericano que
iba a cumplir el rol más importante en el mundo. Por lo tanto, líderes de opinión y público
en general consideraban que la integración regional debía ser la temática considerada
más relevante para el gobierno en política exterior -90% de los líderes de opinión y 77%
de la población general consideraba importante que Argentina formara parte del
MERCOSUR-.
Esto último se fortaleció cuando Brasil se constituyó en el primer destino en el exterior
del ya electo presidente argentino y, sobre todo, a partir de la firma del Consenso de
Buenos Aires firmado unos meses después, en contraposición al Consenso de
Washington. Sin entrar en detalles, el nuevo consenso significó varias cosas: el
agotamiento del paradigma de los años noventa; una supuesta convergencia ideológica
entre ambos gobiernos; y, en el caso argentino, una vuelta aggiornada a la Tercera
Posición peronista y también a una posición teórica que transluce una versión actualizada